Sunday, October 22, 2006

Nacer de...


Lo sé, lo entiendo: existís.
Sos tan real como esas lágrimas que no te muestro, como esa pequeña marea que sube cada noche hasta la muralla de mi pecho, cuando tu latido yace lejos de mis sueños interrumpidos.
Te veo, te oigo: y casi creo que no me ves verte, ni me oís oírte. Se que sabemos ser algo austeros a la hora de no estar, y muy simples cuando estamos.
Se, también, que andamos a la caza de los gestos, como dos panteras que se pisan la sombra mientras van viendo un reflejo extraño, opalino, y se van en la misma reflexión de estar y no estar.

Te entiendo, te se ser: existimos. Y cada momento de gravidez oscura que me despierta en la madrugada me lleva de nuevo a pensar en vos, en encontrar esa adicción a los temblores de tus manos, a las fiebres que me dan antes de que amanezca.
Y esa sacudida del cuerpo, del alma, ese deseo de curar tus heridas latentes hacen que me olvide de que mucho tiempo, durante muchas horas, lo único que supe hacer fue ver las cosas morir.

Y ahora, mientras la lluvia cae, mientras el daño en nuestras almas tal vez sea irreparable como un desierto de sombras, quisiera verte nacer en mi costado, en mi carne, en mis costillas, quisiera no verte morir más, quisiera sentirte caer en las tragedias, esquivar esos susurros de serpientes que tanto te hieren los dedos, y darte una, una sola y maldita y pequeña noche, para que descanses y no tengas miedo…
al menos esa misma noche,
en la que yo
no desee
ni deba
ver las cosas morir

Saturday, October 14, 2006


Entre pecho y espalda, con el dolor que las agujas describen sin colores, tengo cadenas de círculos y pequeñas muertes que, cada mañana, me golpean al enfrentarme con el sol.


Entre pecho y espalda, dije, oculto entre un desierto interminable de hielo y estrellas muertas, tengo tu sonido vago de respirar. Te voy llevando, como recuerdo de que la vida vale la pena, como amuleto a dejar de lado, ya de una vez, las ideas de metal y posesiones de oscuridad absoluta. En ese desierto, que llevo entre pecho y espalda, hay un breve jardín, que en el medio tiene una fuente, que entrega agua únicamente de noche: agua bendita, una vez que tus labios se posan en mi piel, que tus dedos acarician las espinas de mi espalda.

Entre pecho y espalda, te llevo, y a veces me gustaría cargarte, para que tus pies sangrantes descansen un rato. Me gustaría llenar tu espíritu de jazmines verdes, reinas de noche blancas y no me olvides amarillas... Quisiera, mostrarte, darte, tocarte, las coronas de novias que custodian ese lugar donde siempre te llevo, en la carne, en los silencios, brindarte con las copas que ya no bebo, tallarte una estatua de madera de hielo, con los vidrios que abrieron paso a la tempestad llamada con tu voz.

Entre pecho y espalda, quisiera, vida, llevar el desencanto de hacer de cuenta que no veo esas lágrimas en tus mejillas, hacer de cuenta que soy fuerte y que puedo soportar los silencios que me pidas, entregarte toda la nada que tengo, decirte que sentir de nuevo duele y atemoriza...

Entre pecho y espalda, me cargo tu aroma, te pongo en los salones de mis colecciones de recuerdos vivos, te pongo en mis pupilas, te pongo como estandarte estoico a los que todavía se asombran al no verme muerto...

Y te llevo a mi lado, firme y gentil, como custodia de mi recelo a la poesía de llevarte a un camino luminoso de sombras, donde pueda regalarte una muñeca tonta, una flor y un poema, una sutil muestra de que mis manos torpes quieren poder regalarte un poco de vida...